Isaias 53.
4 Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
7 Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Muy a menudo traemos nuestras “heridas” a la memoria, heridas que de alguna forma se abrieron, como en el caso de sufrir violencia, verbal o física, ofensas en tu contra, o por pérdidas de seres queridos, y quizá pérdidas materiales, que cuando se les recuerda es como si aquella herida estuviese fresca y que al parecer no ha cicatrizado adecuadamente.
De alguna forma a mi parecer, todo el mundo va con cicatrices en su alma, muchas ya sanadas, otras aun punzan, quiza no se les ha dado un cuidado minucioso o no ha existido un proceso para llegar a la etapa de sanidad. Muchas cicatrices nos recuerdan que hemos obtenido grandes victorias, otras nos recuerdan que hay que seguir peleando.
Lo que nunca hemos de olvidar son las heridas en las manos y pies de nuestro Señor Jesus, que fue clavado con clavos, y los clavos son los que sostenían su cuerpo.
El sufrió la muerte de cruz para que por sus llagas, seamos sanados, el padeció grandes dolores, sufrió heridas profundas para que nuestras heridas cierren totalmente, aun sus heridas están abiertas declarando que aun el dia de hoy el tiene todo el poder y autoridad para darte libertad y vivir tu vida feliz abundantemente.

Los discípulos despues de haber visto a Jesus resucitado dijeron al discípulo Tomas: "Hemos visto a Jesus!" y el les dijo: "Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré."
Y ocho dias despues, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomas.
Vino Jesus, las puertas cerradas, y púsose en medio, y dijo: "Paz a vosotros." Luego dice a Tomas: "Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga aca tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo sino fiel."
(Jn. 20:25-27)
Las cicatrices en sus manos, pies, espalda y costado aun permanecen para recordarnos su gran amor, y que por sus heridas somos sanados.
Pastora Toñy Arguello.
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